"Cuando era Muchacho" José Santos Gonzáles Vera


Fragmento del escritor chileno José Santos Gonzáles Vera que obtuvo premio nacional de literatura en 1950, adquirió su oficio de manera autodidacta. Su prosa, casi siempre de carácter autobiográfico, alcanzo sus mejores momentos en el tratamiento de los espacios de la gente humilde y de los entorno cotidianos.

Cuando era muchacho.

De un día a otro supe que había en nuestra calle nuevos vecinos. Tratábase de un joven zapatero y su esposa. Era delgado, de buen porte y rostro definido. ella, enjuta, de faz atrayente, pertenecía a este tipo que cocina para su marido, le zurce y le lava y le sirve como interlocutor. Aunque estuviera junto a él, no se advertía su presencia si no a medias. Además, lo admiraba. No obstante, poníese en primer plano si él le decía:

-Rita, tráeme un jugo.

Queía veranear en el pueblo y trabajar.Hacía sus zapatos al aire libre y dos veces por semana iba a Santiago.Vestía buen traje y se cubría con una gorra.

Loz zapateros de la aldea eran muy distintos. Representaban, a juzgar por sus rostros, uno, cincuenta años, setenta el otro. Sus caras eran inexpresivas, permanentes un tanto pétreas. Así fueron siempre, de modo que tambíen podían tener cien años más de los que aparentaban.
En el campo, aseméjanse el suelo, los muros y las fisonomías.

El nuevo era todo expresión, dinamismo y nerviosidad.

Un domingo le hallé comiendo empanadas, de pie, cerca del horno.
Lo qu eme extrañó fue que comiera sólo la masa. Echaba el pino al suelo.

Alguien comentó:

-¡Pero usted bota lo mejor!
- No como cadáveres.

No supe que pensar. Jamás vi a nadie que no saboreara el pino. Lo encontré raro.

Él habló largo sobre la carne. Comerla era costumbre bárbara y a él sabíale a muerto. Le oyeron sonrriendo, mas ninguno lo imitó.

Bastó ese hecho para sentirme atraído por él. Fui a menudo a su taller.
Junto a su mesa había chicuelos, uno que otro desocupado y tal cual muchacha. Traía palabras nuevas, ideas que nunca circularon en el pueblo y una actitud animosa.

En todo igualábase a un caballero, a un caballero que hiciera zapatos.
El otro caballero del pueblo vivía en las afueras, en una casa blanca y señoral. Venía a caballo al correo y luego conversaba con las mujeres más bonitas que, casualmente, estaban en los balcones. Después regresaban a su mansión. En los grandes actos pasaba en un cupé con dos señoritas pretéritas, muy vestidas, tanto que apenas podía vérseles algo del rostro.

El caballero de los zapatos era locuaz y sus ideas parecían piezas de reloj. ¡Que bien combienaban!

-¿Por qué un lado del monte ha de ser chileno y el otro argentino? ¡El monte es uno solo! Decía infinidad de frases de esta índole. No entendía su soliloquio.
Acaso por ser inaccesible a mi entendimiento se revestía de singular encanto.
Quizás me impresionaban ciertas palabras. De los demas no podía formarce juicio y su discurso resbalaba, se perdía. Sin embargo, la memoria registra lo que uno no entiende y esto queda, dentro, latente. Pasan años, años larguísimos y gracias a cualquier estímulo surge la pequeña idea e influye en una decisión.

¿No sería factible pensar que tres o cuatro palabras, dichas entonces por el zapatero vegetariano, me ayudaron, quince años después, a convertirme en un modestísimo ciudadano del mundo?

José Santos Gonzáles Vera, Cuando era muchacho.
Editorial universitaria 1996. Santiago. (fragmento).

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